Manu cabalga la espuma

Manu cabalga la espuma

y le duele el tobillo y se jura a sí mismo que no volverá a surfear en el malecón, pero hoy es la segunda vez que viene en este año, y este es el tercer año desde que Lino le pidió que viniera con él, que tú eres letal con la patineta, que el surfing es otra cosa pero que le gustaría, compadre, pero aquí no hay arena, el fondo está casi a flor de agua y son rocas, letal de verdad es esto, corales desparramados, dienteperro cortante como navaja bien afilada, la ola te revuelca por sobre todo eso y puedes salir echando sangre por cuatro o cinco heridas, a veces hay un hierro que quién sabe qué coño hace allí o una botella rota que algún borracho tiró anoche, Malecón letal es esto, Lino, y enredadas madejas de mil nailons de mil pescadores que han perdido mil veces su cordel porque aquí los anzuelos se enredan con cualquier cosa del fondo, lo más normal, no me gusta, Lino, me quedo con la patineta, pero Manu vuelve no sabe por qué, le sangra una herida en el tobillo derecho, sale a la orilla y sube al muro y se mira, bueno, no es tanta cosa, a otra gente le ha ido peor, el año pasado a Pablito tuvieron que coserle un corte en la planta del pie que no paraba de sangrar, pero es que no se puede hacer surfing descalzo sobre esta escollera, lo mejor es un par de tenis bien fuertes, y así y todo, mira el tajazo, pero no es nada, y Manu baja de nuevo, atraviesa ese tramo en que el agua parece hervir, se pone blanca de tanta espuma, aunque aquí el agua es sucia por la desembocadura del Almendares, pero el oleaje se desmenuza sobre la roca desigual del fondo, se deshace casi hasta el vapor, se mezcla un pedazo de ola con el otro, se alza una tenue neblina de sal, Manu sigue más allá, echado el torso sobre su tabla e impulsándose con los pies sobre el suelo tortuoso, procurando no golpeárselos más aún, hasta alcanzar el punto donde las olas se rompen y se mueve un poco, tratando de mantenerse en la posición más oportuna, aunque es capaz de hacerse llevar por una onda de treinta centímetros y cabalgarla Manu sueña una y otra vez con una ola inmensa, la Ola, quizás no de nueve metros como una de Hawaii, pero sí de cinco o seis, aunque sabe que una ola de ese tamaño puede llegar, y mayor aún, empujada por un viento de huracán más que por uno de estos vientos del norte que en esta época del año se lanzan sobre la ciudad y aparecen en el mapa del tiempo de los noticiarios de la televisión, una ola de tal tamaño sería espantosa en realidad, te mataría sobre las rocas como una mano que barriera un hormiguero contra un papel de lija, como el tsunami aquel que acabó con tanta gente hace dos o tres años, no, Manu quiere una buena gran Ola, como las de su hermano que vive en España, en Sevilla, y baja con sus amigos hasta Cádiz y se van a Tarifa y le manda fotos de ellos surfeando en una costa baja y arenosa, con un viento fuerte de levante, como le dice, el año pasado alguien trajo una cámara al malecón y tomaron fotos y Manu le mandó algunas a su hermano y su hermano llamó por teléfono el día de las madres y Manu le preguntó por las fotos del surfing en el malecón y su hermano se reía y le decía que estaba loco, yo me bañé allí una vez, Manu, y eso es roca viva y el agua es puerca, y Manu le dice que a veces la corriente echa el agua del Almendares hacia el oeste y el agua se pone clara, ¡las rocas!, sigue diciéndole su hermano, obsesionado, y qué tú quieres, le dice Manu, eso es lo que hay, brother!, su hermano le cuenta que está ahorrando para irse con sus amigos a Bondi Beach, en Sidney, en el Pacífico australiano, lo máximo en surfing, y ahí viene una ola, hierve un poco, espumosa, ¡esa es letal!, grita Lino, cuando Lino grita ¡letal! es que viene una ola que puede ser la mejor del día, así que Manu salta y se yergue en su tabla y se acomoda y la ola carga con él y Manu vuela sobre la curva cristalina de esta ola, qué maravilla, se dice, va patinando dentro de una esfera de vidrio muy transparente con un rugido suave, con una caída dura y delicada y redonda y única y ya no se siente el cuerpo, tú no sabes nada, mi herma, dice mientras la ola se disuelve en la espuma hirviente y termina la cabalgata, que duró sólo unos segundos, que duró una eternidad, otra más, y ya no se acuerda del tobillo.

Fotografía: Juan Pablo Estrada