Memoria de la Democracia. Digresiones.

Memoria de la Democracia. Digresiones.

En Cuba hemos padecido por un futuro utópico, lleno de promesas sospechosas, y también por la utopía del pasado, como si estos lodos de hoy no vinieran de alguna parte. El desengaño, como dice el refrán, es la primera causa de muerte en el mundo de las ilusiones y aquí, disculpen el sarcasmo, hace la zafra.
Sabemos que el próximo paso depende en gran medida de los que le precedieron y desde la memoria decidimos a dónde vamos, advertimos a dónde no queremos ir. Ella nos devuelve a la realidad pero el olvido, complemento útil en la medida adecuada, nos ha vencido el juicio.
Según se dice, la historia comienza con un pecado original y la nostalgia del paraíso, así que la historia es examen de conciencia y principio de expiación. Y quizá la memoria sea aquella materia a la que da forma. Pero no me propongo reconstruir ningún edificio histórico, ni emprender ejercicios o malabares espirituales para purgar culpas colectivas. No por el momento. Solo hurgar en esa materia original, que suele diluirse en los cimientos de un castillo que en Cuba está cada vez más en el aire.
La memoria es sentimental, o al menos afectiva. La historia no puede permitirse esa calidez, está llamada a la fría objetividad.
En Cuba se ha querido hacer de la historia, ideología. Se la ha construido oficialmente sesgada y caprichosa, de puros riñones partidistas. En ese proceso la han falseado hasta el absurdo de un mal cuento que nadie desea escuchar. Y la memoria se desvanece entre la indiferencia y la pesadilla.
La opción de muchos podría ser simplemente el olvido, pero vivir sin pasado es regresar a la peor de las infancias. Se puede perder la memoria. No se puede recuperar la inocencia.
Por eso estamos bajo el imperativo de rehacer nuestra memoria, extraerle el veneno que le han inoculado durante décadas y al cual nos hemos hecho inmunes olvidando, es decir, muriendo.
Memoria y democracia hacen una pareja muy peculiar en nuestro contexto. El término democracia ha sido tan exitoso como confuso. En el mundo de hoy son pocos los regímenes que no se definen como democráticos, estén gobernados por una camarilla plutocrática o desgobernados por la más represiva pandilla de malhechores.
Una parte del debate estriba, incluso, en determinar si la democracia existe, existió o existirá. Depende de qué se quiere decir cuando se usa una palabra cuya definición rehúye el consenso.
No pretendo entonces llegar a una definición exprés, de libro de texto, que nos deje tan a oscuras como al principio, con la vana ilusión de haber hallado algo.
Memoria de la democracia será una búsqueda, un viaje para reconocer aquello que nuestros antepasados entendieron y vivieron como democracia, lo que expresaron a través de sus actos y sus palabras.
El método, o quizá deba promoverlo a la categoría de género, será, esencialmente, el de la digresión. Y no es sarcasmo esta vez. Se trata de seguir el flujo, el impulso por el que nos conduce la búsqueda. Ir de un discurso parlamentario a un tratado académico al informe de una institución, a una foto familiar a una crónica periodística a un análisis estadístico. Seguir la lógica desigual mediante la que se construye la memoria.
Alguno me dirá que se trata de heurística pura. Lo concedo, si se me permite asumirla como un fin en sí misma aún cuando pueda resultar en derivaciones más formalizadas. En consecuencia, antes que a encontrar algo que se está buscando, nuestra disposición será a dejar abierta a la serendipia una puerta un poco mayor de lo que acostumbramos.
¿Quiere lo anterior decir que me dispongo a reconstruir una memoria nacional? ¿O que exhibiré nuestro pasado con neutralidad aséptica, sin los sesgos o prejuicios naturales en cualquier persona con opiniones? De los sesgos y los prejuicios he estado huyendo siempre pero pobre de aquel cuyos sesgos y prejuicios le lleven a creer que no los padece. Por eso la respuesta a las preguntas anteriores sería siempre no. Solo puedo rendir cuentas de mi viaje personal y, efectivamente, Memoria de la democracia es el reporte de mi viaje personal por una parte de nuestra historia. Lo muestro porque supongo que algún interés siempre tendrá para el que no ha tenido tiempo que dedicar a este tipo de preocupaciones. Y lo invito no a que no olvide, sino a aprender qué olvidar.

Foto de portada: Juan Pablo Estrada