Clorofila

Clorofila

El Sol me está derritiendo el cerebro como si fuera de cera, desdibujándole las circunvoluciones, los recuerdos. Pero no busco la sombra, incluso ni la más cercana, esa que proyecta una desvencijada arequita, medio seca, que parece muerta. Probablemente ella empezó como yo, estoica, inamovible, esperando un milagro que la haga caminar. / Roberto ha colgado un video en tu perfil /. La sombra, para mayor sorpresa, no tiene pretendientes. Cosa rara, porque todos quieren sombra, pero quisiera creer que no hay suficiente gente en la parada para codiciar su escuálido amparo. En lontananza se vislumbra el frontispicio espejeante de una Yutong. Decir que va a parar aquí, o no, es una especulación que concierne al terreno de la Física Dura, al fragmentado universo de lo subatómico.
¿De dónde coño ha salido tanta gente para fajarle a la única puerta que este hijoeputa abrió? Los pretendientes parece que han vuelto a la vida de entre las juntas de las aceras, los tensores de los postes y las rejillas de las alcantarillas… ¿Dónde estaban…? La señora gorda me encaja una cartera poliédrica en la portañuela, y yo sigo, sorteando la suerte de mis compañeros de entrepiernas, porque ellos son más flexibles que la cartera, le juegan cabeza. Alcanzo un tubo, asidero para ejercer presión sobre lo que alguna vez fueron las nalgas de la gorda, ahora estorbo para su vida y la mía…; cualquier cosa menos la cartera. La gorda protesta con el acento eslavo de las ballenas que quedaron varadas en las playas del trópico. El chofer y Bad Bunny arengan a los pasajeros para que avancen. La cantaleta surte el efecto de un émbolo psicológico, completado sumariamente en el siguiente nivel. La puerta se cierra, haciendo de la señora y de mi un solo ente físico / Svetlana te ha pedido amistad /. La guagua se desprende penosamente del contén, como mismo lo hace un barco del atracadero.
¿¡Pero qué cojones hago en la parada, si estoy a bordo de este infierno!? Me veo en la parada, parado, alejarme de mí mismo, con el cerebro en ebullición, en un crepitar de neuronas. Y la gorda se pone exigente, reclama espacio vital, que le falta el aire… La señora lleva ventaja, sabe lo que le falta; y yo, con falta de tanto, que no puedo dar prioridad a mis carencias. Por suerte, la evolución de las micropartículas ha dado holgura al experimento. Mi esternón regresa a su lugar, pero la réplica hipóxica de la gorda continúa latente, su volumen se expande como una gigante roja, ganando espacio sin la anuencia de quienes la rodean. En estos casos lo mejor es el desapego: ¡Que se coman a la gorda con papas! Allá van lidiando ella y su rígida cartera con quienes pretenden ponerle coto. La siguiente parada es una copia espacio-temporal de la anterior, un déjá vu. Hay que apearse para dar lugar a los que bajan. Un auténtico maelstrom se origina en la confluencia de quienes bajan y suben… Y me veo ahí, otra vez al Sol, en una dualidad alucinante, como un alter ego, un avatar… / ¿Desea continuar como [email protected]? /. Desde mi posición se oye a la gente gritar: “Abre atrás”, y eso me excita. Por atrás es más rico al principio. Las nalgas se le mueven como una onda expansiva cuando la choco. Pero, cuando se dilata, me da igual por alante que por atrás. Después que te acostumbras a coger por la izquierda es difícil entender la legalidad, no notas la diferencia. Ani es cardiaca a eso. Para mi es uno de los pocos placeres por los que vale la pena respirar en esta ciudad. Todo ese fricandel, esa pasta de oca, todo eso, se te va en un largo ordeño que te deja vacío… “¡Oye, papa, ¿qué te pasa!?” Una mulata se ha virado con expresión fiera en la mirada. El disco duro borró la parte en la que me pasé de la puerta de alante pa ́la de atrás. El Sol calcinó el registro de esa acción. Con razón la mulata protesta, porque hay algo rígido donde antes hubo una sentencia de carterazo. “¿Qué te pasa…?” Repite, y parece que en la repetición hay una función cuántica, actúa como onda, como las nalgas… ¡Dios mío…! Malamente argullo una disculpa que parece salida de la ciencia fricción, por la tensión nuclear generada al cerrar la puerta trasera. Pero eso no justifica el queso que tengo acumulado. Hay que pasar por lo de Ani cuanto antes.
Algo que ni me pasó por la cabeza, porque Roberto lo dio por seguro, es que en la Embajada me dieran el bate, un bate elegante, de aluminio; ¡qué pinga de aluminio, en todo caso de titanio… o circonio!: “El Señor no ha rellenado los campos D, J y K. Pero no se desaliente, vuelva a llenar la solicitud, completando los campos en bla, bla, bla…”. Una cosa me está sacando de quicios en esta historia. Las anillas vacías que cuelgan del tubo me chocan en la cara. El viejo con la gorra de los Yanquis de New York tiene tremenda peste a grajo rancio. Tanto la gorra como la guayabera son invictas de las escaramuzas y emboscadas de la OFICODA. En su mugre están sedimentadas todas sus glorias, y más que en la ropa, en el pellejo, veterano de esas otras epopeyas. A la mulata no le queda más remedio que soportar la frotación “accidental” de alguien menos distraído que yo. Masculla algo, sabiendo que no hay donde meter ese par de nalgas. La miro, y mi mirada la escarmienta: ¿Ves? ¡Te lo dije!… / Miguel te ha invitado a unirte a Mundo Mágico /. La guagua se acerca por la senda del medio, arrecia la velocidad, y sigue de largo como si este lugar no estuviera en su ruta. Debo estar delirando. He encarnado en la areca. Me observa: “¿Qué le pasa al comepinga ese que no se mete bajo mi sombra?” El Sol está tan timbalu ́o, que me evapora las gotas de sudor. Ahora soy yo quien mira la planta con más detenimiento. Esa palmita lleva tiempo aterrillada ahí. Siempre ha estado ahí. Ha visto pasar las guaguas que no te pasarán por la cabeza ni en sueños. Cuando los indios llegaron, ella estaba aquí para recibirlos. Es de aquí… Ni la Palma del escudo es de aquí, vino, como todos nosotros. Es difícil ser de aquí… ¿Y quién viene ahí con su expansiva ortodoxia? La gorda otra vez, agarrada de las argollas, con los sobacos peludos, presa como un insecto en el ámbar caribeño de la utopía. Desde que montó, es ahora que llega al centro gravitacional de la guagua. Parece una pesadilla. Me persigue. Prefiero morir con el viejo. A la Izquierda está la mulata, que no es que yo no quiera, pero hay un precedente… Derecha, la gorda, abriéndose paso como Zhúkov tras las huestes alemanas. El chofer se ha vola ́o la siguiente parada. La parada pasa fugaz, en cámara rápida; y también me veo a mí, pero en cámara lenta, parado ahí bajo el Sol…
Aquí, aunque pudiera confundirse con anarquía, volarse la parada y montar por atrás, lo mismo que por alante, son sendos ejercicios de democracia participativa. La gorda tiene cara de ignorar esto deliberadamente; la mulata se resiste, presumiendo ser otra, esperando mentalmente al yuma de su extradición; pero el viejo si lo sabe muy bien, se le ha impregnado en el pellejo como un tatuaje. Desde allá, Roberto me ha dado tres pasos básicos: Abrir una cuenta en Facebook para familiarizarme con el mundo exterior. Hacer los trámites migratorios, que me han costado un cojón de pesos. Y ahora, ir a la entrevista en la Embajada. Según él, los demás ya no son ni siquiera pasos, porque desde ahí mismo ya viene el trampolín, el despegue. La areca me mira con pena…, ella, que da grimas verla. Así me debe mirar Ani, después que me chupa y escupe como un gollejo. Cuando te tiene tan idiotizado, zafarle a una hembra así no es fácil. No parece haber nadie en la parada. Aunque Roberto jura que eso está querido, estoy nervioso. De aquí a la Embajada son como ocho paradas. El perro caliente de 23 y F se me ha echado pesadamente en el estómago, anulando cualquier indicio de determinación. Me quedo de pie, al Sol, como si estuviera metabolizando algo más complejo que la digestión de mí miedo, del perro hinchado pudriéndose en mis tripas…, esperando que algo me mueva.