¡FO! PESTE Y DECADENCIA EN LA HABANA
Hasta mi casa, en el barrio de Palatino, llegan los efectos de lo que un reducido número de habaneros, aun percibiéndolo, alcanzan a localizar. No tengo la menor intención de ufanarme por ello, sino de espantar la vivencia todo lo posible. Se trata de los gases generados por la quema de desechos en el basurero ubicado entre las avenidas 100, Boyeros, la Autopista Este-Oeste, y la Carretera ISPJAE. Visualmente el fenómeno es apreciable en horas de la noche, desde edificios o zonas altas de la ciudad, con apariencia de neblina (que no es otra cosa que el smog resultante de la combustión), aunque la modalidad sensorial con que probablemente sea más identificada, a ras de la calle, es la olfativa: un vaho hediondo con los consabidos ingredientes de cualquier basura calcinada.
Independientemente de la instrucción general que vagamente ostentamos los cubanos (no todos, y cada vez menos), los asuntos medioambientales, como muchos otros de carácter público o cívico, no parecen afectarnuestro status ni derechos ciudadanos. Sin gran trascendencia, los asumimos como un malestar pasajero. Tiempo atrás, incluso antes de vivir en el Cerro, he sido testigo del asunto que me ocupa, sin embargo, no fue hasta hace pocos años que pude ver el humo denso y pegajoso que se elevaba en los terrenos traseros de la CUJAE (ISPJAE). Sucesivamente, viniendo desde diferentes vías, pude constatar que era allí, y no en otro lugar, donde se propiciaba el foco contaminante del que antes no podía sospechar su alcance territorial. Si las condiciones meteorológicas son favorables, el humazo puede llegar hasta el mar, pasando por todos los municipios localizados al norte, noreste o noroeste del muladar, según la dirección del viento. Un factor que pudiera hacerlo menos mortificante es la intermitencia del fenómeno. Su carácter estacional lo convierte en notorio durante el verano, pues no tiene obstáculos como la masa de aire frio de procedencia continental, propio de la estación invernal.

Para aquellos que logramos rebasar el sexto grado de escolaridad sin grandes contratiempos, es consabido que el Terral es aquel viento que sopla desde la tierra hacia el mar durante el horario nocturno. Esto es constatable cuando la quema en el basural alcanza su punto clímax, durando partes del día y la noche, o a veces varios días y noches, pero afectando a mayor cantidad de habitantes durante la nocturnidad estival.
Perteneciente al municipio Marianao, esta área aparece esbozada en el mapa, de modo más bien abstracto, como zona forestal y de recreación por el Plan Director de la Ciudad de La Habana. Deviniendo en su antítesis, el nauseabundo enclave es ahora una fastidiosa impertinencia para los residentes de la capital, que eventualmente percibimos los efectos atmosféricos de dicho estorbo, dependiendo de la proximidad con el mismo, volumen de material combustible, así como de los caprichos meteorológicos. Innegablemente, los más castigados son aquellos que se encuentran en la primera línea de confrontación vecinal, población que actúa como filtro inhalador de sustancias muy tóxicas (PVC y otros materiales sintéticos, caucho, metales ferrosos y no ferrosos, papel, y desechos orgánicos en descomposiciónde origen animal y vegetal, entre otras). Por si fuera poca basura, y aún si no ardiera, el sitio descansa su podredumbre en la margen oeste del río Almendares, al cual “alimenta” con el escurrimiento superficial de su mugre durante las lluvias. De modo que el adorno hidrográfico más relevante de la ciudad se ha convertido en otro elemento natural de polución por arrastre, además del aéreo y el freático.
Recuerdo cuando el basurero se encontraba en el litoral sur de la bahía de La Habana, incluso atravesado por una socorrida vía de tránsito como el Anillo del Puerto, que une al municipio Regla con el oeste de la ciudad. En aquel entonces le llamaban Cayo Cruz, topónimo que heredó de un pequeño islote dinamitado en la boca de la ensenada de Atarés, y en el cual, en algún momento antes de su desaparición, también se vertió basura. Supongo que la decisión de erradicar el segundo Cayo Cruz se debió a su inmediatez con el área metropolitana, y por ser un elemento ambientalmente erosivo para la bahía y los ríos Luyanó y Martín Pérez, que más degradados no pueden estar por los vertimientos de industrias y albañales al sur de sus cuencas. Ya entrado el siglo XX, el ámbito de la bahía, núcleo generatriz de la actual urbe, se convirtió en el eje de una ciudad de tipo radial, que no soportaba más peso abrasivo; de manera que algunos de sus componentes ecológicamente adversos fueron proscritos hacia las afueras. Aun así, todavía existen en sus orillas algunos de los más contaminantes, como la refinería de petróleo, la termoeléctrica de Tallapiedra, y numerosas instalaciones portuarias y fabriles. Pero por muy afuera que se desee proscribir la polución, el crecimiento de la ciudad parece alcanzarla, aun sin sopesar los mencionados factores dinámicos de la atmósfera y el suelo.

No tengo la menor idea de cuándo se instaló el vertedero en su actual posición, ni si en la toma de decisiones hubo algún equipo multidisciplinario. Su existencia es, a todas luces, resultado de un pésimo manejo de planificación física, para el que no se tomaron en cuenta los resortes físico-ambientales, y creo que tampoco del consenso público. Visto en el mapa y foto satelital, su extensión superficial no es, comparativamente, muy grande; aunque va ganando en altura por la conformación de cordilleras putrefactas, visibles desde todas las arterias de comunicación que la rodean, así como desde las crecientes zonas de urbanización en sus inmediaciones. Detrás de Reloj Club, en la unión de las avenidas de Vento y Boyeros, se extiende el Residencial Almendares, que ha presenciado, en el lapso de unos meses, cómo un tsunami en descomposición se eleva amenazante en la otra margen del río, convirtiéndose así en su principal atractivo paisajístico. Sin embargo, como apuntaba, resulta sospechoso que su superficie sea modesta en proporción con la extensión de la ciudad, de manera que deben existir otros de su estirpe en la periferia urbana, lógicamente situados al sur, pues el límite norte de la capital es el mar.
A escala internacional, la envergadura del asunto puede que sea risible, pues en el mundo existen comunidades enteras que viven y sobreviven de la clasificación, quema y consumo de desperdicios; gente que construye ciudadelas en el seno de los muladares (que harían palidecer a cualquier basurero criollo), regularmente en los países socioeconómicamente desventajados. Estas comunidades no constituyen casos aislados de individuos marginados, sino auténticas estructuras socio-urbanas dependientes del detritus de otras clases sociales. En los países industrializados también existe un riesgo de contaminación por radiación, a causa de las centrales termonucleares, que siempre dejan un margen de inquietud en cuanto a seguridad por el manejo de este tipo de energía; sumando a ello el vertimiento aéreo o fluvial de industrias pesadas, como acerías, forja, o química. Las instancias ocupadas de este particular en Cuba, pudieran alcanzar, cuando menos, una chapilla de honor a nivel global por concepto de manejo limpio y sostenible de ecosistemas, pues la masa cuantificable de desechos, bien sea industrial o doméstico, no alcanza ni remotamente a la de otras latitudes. Pero chapucerías de la naturaleza de este vertedero, enturbiarían el virtual logro del mérito.

Desconozco el impacto del fenómeno en la salud pública capitalina, o si existe alguna estadística sobre la ocurrencia de afecciones respiratorias u otra etiología en la población inmediatamente circundante. Deberíamos deducir que alguna repercusión sanitaria y medioambiental debe tener, a mediano o largo plazo, aun cuando sus manifestaciones (que no sean el smog y la peste) no se hagan sentir inmediatamente. A varios kilómetros de distancia, sin necesidad de moverme de mi casa para experimentarlo, consumo lo que parece ser una droga legal con efectos opuestos al hilarante. Atravesando el barrio rumbo al norte en forma de cuña aplastante, para colmo parsimoniosa, y luego de haber tomado por asalto las localidades de Puente Nuevo, Altahabana, El Husillo, Martí, Antonio Maceo y Santa Catalina; no debe haber celos por la gratuidad y equivalencia en su distribución, pues de esto si alcanza para todos. En su letargo, la gente todavía lo percibe, pero no parecen muy molestos como para tomar cartas en el asunto. Una expresión muy socorrida y efímera es reflejada como única respuesta: “¡Ayy, que peste a culo…!”
Observatorio Entrópico de Palatino

La Habana, Cuba, 1967 / Artista
Formado en Pedagogía Artística por la Universidad de Ciencias Pedagógicas Enrique José Varona, Técnico en Artes Visuales por la Academia Provincial de Bellas Artes de San Alejandro, Diplomado en Antropología Cultural por la Fundación Fernando Ortiz, y en Producción Simbólica por la Universidad de las Artes (ISA). Ha ejercido como ilustrador gráfico, analista de prensa, periodista y profesor universitario. Sus libros de poesía y narrativa breve se han publicado en Cuba, Venezuela y Argentina. Cuenta con numerosas exposiciones personales y colectivas en Cuba y el extranjero. Actualmente desarrolla el proyecto de experimentación artística Observatorio Entrópico de Palatino.