Manuel Márquez Sterling y el ideal de la “virtud doméstica”

Manuel Márquez Sterling y el ideal de la “virtud doméstica”

El 9 de diciembre de 1934 murió Manuel Márquez Sterling, uno de los periodistas más notables del siglo XX cubano. Nació el 28 de agosto de 1872 en la Legación de la República en Armas en la ciudad deLima, Perú, donde su padre era Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario del gobierno de Carlos Manuel de Céspedes. Además de periodista fue diplomático de brillante hoja de servicios, Secretario de Estado y Presidente de la República con carácter interino, durante apenas 6 horas.

Fue Cónsul General en Buenos Aires (1907). Ministro Residente en Brasil (1909), Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario en Perú (1911) y México (desde diciembre de 1912). Delegado a varias conferencias panamericanas y director de la Oficina Panamericana de Cuba en Washington durante parte del gobierno de Alfredo Zayas. Profesor Titular del Instituto del Servicio Exterior desde su fundación. Volvió a ser designado embajador en México en agosto de 1929. Renunciaría tiempo después ante la degradación del régimen machadista. El gobierno de Carlos Manuel de Céspedes (hijo) lo designó embajador en los EEUU. No pudo presentar sus cartas credenciales debido al levantamiento del 4 de septiembre. El gobierno provisional de Grau San Martín –de los 100 días- lo nombró Secretario de Estado en septiembre de 1933, con la misión de recabar el reconocimiento de Washington, lo cual no pudo conseguir. En su calidad de Secretario de Estado asumió la Presidencia Interina de la República al renunciar Carlos Hevia el 18 de enero de 1934, para luego designar Secretario de Estado a Carlos Mendieta y renunciar dejándole la presidencia, tal y como había sido acordado por las fuerzas políticas que sostenían al gobierno. Mendieta lo nombró nuevamente embajador en EEUU y ahí permaneció hasta su muerte en diciembre de ese año.  

Su nombre al nacer era Carlos Manuel Agustín Márquez Loret de Mola. Descendía, por el lado materno, de la conocida estirpe camagüeyana. Los antepasados del padre –profesionales de las leyes-vinieron a Puerto Príncipe al trasladarse a esta ciudad la Real Audiencia de Santo Domingo.

Era un niño cuando terminó la Guerra Grande y sufamilia regresó del Perú. Se establecieron en Camagüey, donde vivió hasta que, al graduarse delInstituto de Segunda Enseñanza, la madre –muerto el padre años atrás- decidió enviarlo a México buscando un clima más propicio para su salud resentida por el asma. Engrosa Márquez Sterling, sin embargo, la lista de ilustres olvidados o casi olvidados en que abundan nuestra historia nacional. A partir de 1959,dentro de la isla, se le recuerda poco y con frecuencia–para perjuicio de su memoria- se malinterpretan muchos aspectos de su vida y se menosprecian o tergiversan buena parte de sus ideas. 

Por ejemplo: en El fuego de la semilla en el surco. (Ciencias Sociales, La Habana, 2008), Raúl Roa le llama “eximio camaleón de la politiquería criolla” (pág. 312). Lionel Soto, en su libro La Revolución del 33. (Ciencias Sociales, La Habana, 1977) le llama “intelectual burgués, ladino y acomodaticio” (pág. 100); “calculador personaje” (pág. 320); “insumergible” (pág. 331) y hasta lo acusa de tener un “genio marrullero” (pág. 331). Lo que molesta parece ser no tanto que haya sido embajador de Machado en México –en fin de cuentas acabó por renunciar mientras que el historiador Ramiro Guerra, del cual no suele hablarse mal, fue Secretario de la Presidencia hasta el fin de la dictadura- sino que sirviera, hasta su muerte, en todos los gobiernos quesucedieron al de Machado. Eso se debió, no a que se tratara de un Fouché cubano, sino a su neutralidad partidista en ese momento de su vida, algo difícil de entender en un medio ideológicamente viciado como el cubano desde 1959.

Su figura y obra ofrecen vetas interesantísimas para el estudioso de la historia y punto de partida excelente para comprender el tiempo que le tocó vivir.Vale la pena detenerse en la que quizá sea su frasemás famosa, hábil síntesis de uno de los aspectos centrales de su pensamiento: “a la ingerencia [sic]extraña, la virtud doméstica”. 

La expresión hizo época y sirvió para caracterizar toda una corriente intelectual dentro del ideario político de la primera República. No es extraño encontrar juntos a José Antonio Ramos, José Sixto de Sola, Carlos de Velazco y Manuel Sanguily –entre otros- bajo el membrete de “intelectuales de la teoría política de la virtud doméstica”. 

Para evitar interpretaciones superficiales de las ideas de Márquez que subyacen en la frase, es necesario –como mínimo- comenzar por remitirse a su libro La Diplomacia en Nuestra Historia escrito entre Buenos Aires y La Habana y terminado en 1909. En él se abordan los aspectos esenciales de la políticaexterior y el servicio diplomático de la República en Armas durante las guerras del ´68 y el ´95 pero haciendo especial hincapié en la primera. 

Muestra Márquez cómo aquella política exterior, después de algunos éxitos iniciales, acabó por estancarse y fracturarse reflejando la quiebra que en la dirección de la revolución sobrevino entre el Presiente Céspedes y la Cámara de Representantescon su crónico enfrentamiento. Surgieron en la emigración dos grandes partidos encontrados: el de los seguidores de Miguel Aldama (Aldamistas) representante de la República en Armas respaldado por la Cámara y el de los seguidores de Manuel de Quesada (Quesadistas) enviado especial del Presidente Céspedes. 

La diplomacia mambisa no consiguió el reconocimiento por parte de los EEUU. Aun así, pudo jactarse de algunos éxitos iniciales debido a que numerosas repúblicas al sur del continente –recientemente enemistadas con España por diversas razones- apoyaron al gobierno independentista otorgándole no solo su reconocimiento sino también acogiendo legaciones y enviando –dentro de sus posibilidades- ayuda material y humana. Por desgracia, la disputa entre Aldamistas y Quesadistas contribuyó a mermar el impacto de su gestión,disminuyendo substancialmente la capacidad para recabar apoyo a la causa libertadora y hacer llegar a la isla elementos con que sostener la guerra.

Se perdió la coyuntura internacional óptima, porque durante la Guerra del ´95 la situación fue muy distinta. Es cierto que gracias a la labor del PRC se logró en el exilio independentista un grado de coordinación y disciplina a veces mayor y más efectivo que el existente entre las fuerzas de la manigua. Sin embargo, el entorno continental había cambiado para mal y no encontró Cuba las simpatías de un cuarto de siglo atrás. Como en tiempos de Aldama, los EEUU no reconocieron la beligerancia de la República en Armas pero, lo que es más, esta vez no se obtuvo el respaldo de los gobiernos del sur,indiferentes o reacios a enemistarse con España. 

En primer lugar, según Márquez, este contexto facilitó a la Metrópoli defender la idea de que en Cuba se libraba una guerra civil –no de liberación nacional- y por tanto era un asunto interno en el cual no debía entrometerse ninguna potencia extranjera. En segundo lugar, cuando los EEUU decidieron intervenir encontraron muy pocos obstáculos en el ámbito internacional para negociar a su antojo con España el destino de sus colonias y luego desconocer los órganos constituidos de la República que acabaron por disolverse propiciando a los estadounidenses una tabula rasa institucional desde la que estructurar la ocupación y el nuevo status de la isla. ¿Cuán distinto –nos hace reflexionar el autor- podía haber sido todo en un contexto de amplio reconocimiento y simpatía hacia el Gobierno de la República en Armas por parte –cuando menos- de sus vecinos al sur del continente? Sin duda, el aislamiento internacional fue tan nefasto para el gobierno insurrecto como podría serlo para el de la República.

Este libro fue escrito entre 1907 y 1909, en la misma época en que su autor se incorporaba al servicio exterior. Eran experiencias recientes la Enmienda Platt, el Apéndice Constitucional y el Tratado Permanente –sucesivas encarnaciones jurídicas del fenómeno de la injerencia extraña- y su más inmediata y terrible aplicación con la intervención de 1906. Es fácil colegir, entonces, que para Márquez la política exterior debía jugar un delicadísimo rol en la defensa de la integridad nacional de la isla en aquel momento. El aislamiento internacional fue uno de los ingredientes que ayudó a germinar al árbol del plattismo porque anuló el efecto disuasorio que habría podido tener un entorno hostil a recorte tan burdo de la soberanía cubana.

Ahora bien, la solución no podía ser tan simple como recetar una diplomacia más inteligente y activa. Para Márquez es indiscutible –y así lo advierte a lo largo del libro- que las mismas causas del debilitamiento de la diplomacia insurrecta sirvieron a los EEUU facilitándoles argumentos con que legitimar su actuación ante la opinión pública nacional e internacional. Adujeron –junto a determinado sector antiindependentista dentro de la isla- que el carácteralborotador y sedicioso del cubano lo hacía incapaz para autogobernarse adecuadamente.  

En efecto, los conflictos dentro de la dirigencia revolucionaria no solo perjudicaron las relacionesexteriores durante las guerras sino que facilitaron ysirvieron de argumento tácito a la injerencia extraña. 

La deposición del Presidente Céspedes; las sediciones militares; los enfrentamientos entre el gobierno civil y el mando castrense; las discordias que acabaron por suscitar la autodisolución de la Asamblea de Representantes; todos estos hechos lamentables –y otros de la misma índole-obedecieron a un misma clase de violación del tácito pacto político que sustentaba y legitimaba a las fuerzas independentistas. El respeto a ese pacto, la conducción de las discrepancias por el derrotero que el espíritu de este señalaba –no para uniformar criterios sino para garantizar su diversidad en unmarco de democracia y justicia- hubiera blindado la vida pública contra la injerencia del extranjero. Pero no se atrevió Márquez a imputar falta de virtud en los hombres de la independencia que sacrificaron, en el orden personal, mucho más de lo que podrían ganar.Eso sí, lo que en medio de la lucha emancipadora podía considerarse lamentable error, en la seguridad de la vida republicana –sin los peligros y la confusión de la guerra- tenía que ser visto como falta de virtud. El hombre de la República no tenía la excusa moral que el generoso acto de arriesgar la propia existencia daba al Mambí. 

El proceso que condujo a la Guerrita de Agosto de 1906 y a la segunda intervención fue lamentable porque reflejó la incapacidad de la clase política para resolver sus diferencias en el marco constitucional establecido. De hecho, en esta primera etapa fue creciendo la inclinación a manipular, más que resistir, la injerencia extraña en beneficio del partido propio.

En su abundante obra periodística Márquez no se cansó de pregonar que la injerencia llegó, en realidad, para agravar las irregularidades de la política cubana. La naciente democracia quedó deformada y virtualmente malograda por esaEnmienda Platt que se suministró –según sus autores- como correctivo al deficitario espíritu cívicocriollo. Más que en desarraigar a la mala política, tuvo éxito en estimular la politiquería torcida, la falta de virtud. Al erigirse el interventor en árbitro, el político torcido buscó su aprobación en mayor medida que la de la ciudadanía. El voto del interventor cobró valor a costa del voto ciudadano para provecho de un corrillo cada vez más estrecho. Los mismos partidos políticos fueron degenerándose hasta que sus dirigentes quedaron prácticamente desconectados de las bases. 

Estas cavilaciones obsesionaron a Márquez Sterling desde 1902. Son visibles en Los últimos días del Presidente Madero, testimonio de su misión en México, donde aprovechó para recapitular la vida de la joven República cubana. Fue, no obstante, en los editoriales escritos para el periódico La Nación entre 1916 y 1918, donde sus ideas y conceptos alcanzaron mayor claridad y hondura. 

Coinciden con un nuevo episodio crítico de la vida nacional, el fraude electoral de los conservadores y la respuesta liberal con la Revolución de Febrero de 1917 –conocida como La Chambelona. Otra vez la política cubana no se encuentra a la altura cívica que le exigen las circunstancias y otra vez el interventorconvalida el despropósito y amenaza la integridad de la nación. El nombre puesto por Márquez a su periódico no es para nada gratuito. 

Los editoriales aparecen a diario y, con una concisión admirable, comentan –a veces sin mencionarlos- los hechos cotidianos desde una fina plataformainterpretativa que profundiza en la psicología criollapara descubrir los resortes de la conducta cívica tanto del pueblo como de sus hombres públicos. Ahí advierte de los peligros del cesarismo presidencialistay el culto al estado todopoderoso, que se nutre del pasado colonial y tiene preocupantes manifestaciones en algunos sectores de la sociedad. Coincide con Enrique José Varona en que la Colonia ha sobrevivido en la República.

Aunque quizá sus cavilaciones más interesantes sean las referidas al fenómeno del pesimismo. Estetambién tiene hondas raíces en el pasado colonial y no es simple resultado de la llamada frustración republicana que implicó el plattismo. Según Márquez, se erige sobre un extenso linaje de fracasos y provoca una absoluta negación a las capacidades del cubano para sostener la República o cuando menos para hacerlo sin grandes trastornos.

“Pesa sobre nosotros, la secular dominación hispana; y aun no se ha traducido la independencia en alegría, en desprendimiento, en atracción colectiva. Llevando el cubano, siempre, la peor parte, en los descalabros nacionales, súbdito inferior en la colonia, esclavo en su propia casa, no se habitúa fácilmente a la idea de ser el amo, al derecho que ha recabado de mandar, a la obligación que tiene de dirigir bien, y a seguro puerto, los intereses recíprocos de la colectividad…”    

De ahí que sea fácil gobernar mal la República. Por un lado, no hay razón para hacerlo bien pues todo ha de ir a peor; por el otro, no hay oposición al mal gobierno y la causa es la misma, la imposibilidad de mejorar.

“La ´autodenigración´ acomete, invariablemente, a la República. Si al ciudadano se le convence de que la República es inconsistente, insostenible, de que sus columnas van hundiéndose en un ambiente refractario, de que es una solución transitoria y efímera, ¿qué importa administrarla mal, qué ha de preocupar a nadie su porvenir, para qué empeñarse en prepararla, limpia y brillante, para nuestros hijos? El patriotismo es, en tales condiciones, letra muerta; y los patriotas llegan a la insensibilidad, que engendra el pesimismo.” 

El pesimismo es la encarnación de un destino que ha sido adverso. Décadas de gobierno despótico por parte de la metrópoli española fueron sucedidas por la soberanía limitada que impuso la injerencia extraña y la dudosa integridad cívica de una ciudadanía pasiva y una clase política corrompida. El pesimismo sostuvo tal estado de cosas como si fuera una ideología y brotó periódicamente a lo largo de nuestra historia teniendo como contraparte un optimismo ingenuo y utópico que antes de servir como antídoto contribuyó a agravar el problema. 

Estamos en presencia de un desafío moral –y esta juega un rol protagónico en el pensamiento de Márquez Sterling. Sería indispensable, en consecuencia, vencer al enraizado pesimismo para posibilitar el ejercicio de las virtudes cívicas sin las cuales no puede siquiera imaginarse una exitosa vida independiente para la nación. Deshacerse de la tutela norteamericana constituiría parte del proceso, pero de no hacerse sobre el cimiento de la virtud doméstica la tarea quedaría incompleta y la isla seguiría gravitando en la órbita de una dependencia más o menos velada. 

En mayo de 1934 el propio Márquez Sterling, siendo embajador de Cuba en los EEUU, tuvo la oportunidad de realizar un anhelo de más de treinta años. Estampó su firma en el nuevo tratado de relaciones que derogaba el instrumento a través del cual se implementaban los postulados de la Enmienda Platt en el marco del derecho internacional –el nefasto Tratado Permanente. Cuentan que al hacerlo le dijo a su secretario personal: Ya puedo morir tranquilo. Moriría a finales de ese mismo año.

No obstante, los que hemos leído sus trabajos, sabemos que la tarea no podía considerarse terminada sin la transformación a que aspiraba tanto en la psicología de la ciudadanía como en la de suspolíticos. Según Márquez, al pueblo cubano: 

“La esclavitud le irrita pero no le sorprende. Cuando la esclavitud le cause al mismo tiempo sorpresa e irritación, será más fácil gobernarlo que desgobernarlo.”

La nación, diría él, es un organismo moral en construcción permanente.