El Milagro del Templo

El Milagro del Templo

La accidentada historia de la iglesia del Carmelo comienza antes de que se pusiera su primera piedra, cuando la señora María del Carmen Hernández de Espino, en 1862, solicita al Gobernador permiso y fondos para la construcción del templo. Este le niega lo segundo y aprueba lo primero con la condición de que ̈sea por su propia cuenta y con los recursos que pueda allegar ̈.

La Señora Carmen era la esposa de Juan Espino, quien, en sociedad con José Domingo Trigo, presentó a las autoridades de la villa el primer proyecto de urbanización del poblado al que llamarían El Carmelo, persuadiéndoles de que «ninguna parte de la capital podría igualarle en belleza y salubridad». Como la antigua ciudad palestina de este nombre el nuevo poblado se proyectaba en una elevación que desembocaba en el mar, aquí situado en el punto conocido por la Chorrera y limitado además por el río Almendares, las estancias de Baeza y El Coronel, y la quinta del Vedado.

Este punto correspondía a uno de los paraderos del ferrocarril urbano, construido en la década del cincuenta del siglo XIX, a la par del camino férreo crecían espontáneamente en esta zona dos primitivos caseríos de horteleros, areneros, carboneros y pescadores. El nuevo poblado organizado en cuadricula perfecta, con su magnífica iglesia, aspiraba a una moderna imagen residencial con todas las instancias ciudadanas, en franca competencia con el viejo recinto intramural.
La Señora de Espino, fiel devota de la Virgen del Carmen, planteaba en su solicitud un punto especialmente conflictivo para las autoridades eclesiásticas de la época: convertir la futura iglesia directamente en parroquia. Tal nombramiento contempla ciertos requisitos como la cantidad de feligreses con que cuenta la comunidad. Si esta categoría resultaba ostentosa para el templo del poblado en ciernes, también lo sería el primer proyecto, el cual fue rechazado. Este comprendía una pequeña catedral gótica con las torres más altas de todas las iglesias de La Habana (de 40 metros de altura) que no ofrecía suficiente seguridad técnica e implicaba un elevado costo de producción, exagerado incluso para la acaudalada familia.

Aunque Carmen había obtenido permiso para realizar ferias y bazares para la recaudación de fondos, que aprovechó con industriosa dedicación, las donaciones de este poblado no eran suficientes para tal empresa. Ella no hubiera podido imaginar que su empeño sería el primer pasaje de una interminable aventura, de una conmovedora leyenda que trastoca la grandeza en humilde intento.
En 1876 se presentó el nuevo proyecto, en el que una vez más aparecen los arcos ojivales, sin embargo el prefijo “neo”, que se acomodaba lentamente en las mansiones habaneras, matiza el gótico y esgrime los refinados arcos con quebrada exquisitez decorativa. Las autoridades facultativas lo aprueban y se construyen la fachada actual y los dos primeros arcos. El 29 de septiembre de 1883 padres Carmelitas Descalzos bendicen el templo incompleto y se celebra una gran misa de apresurada inauguración.
Esto fue todo lo que se alcanzó a construir en el siglo XIX, pues un año más tarde muere la Señora Carmen y el templo queda hipotecado a un banquero judío de origen alemán y permanece clausurado hasta el nuevo siglo, después de cuarenta años de desesperada gestión.

A principios del siglo XX la Iglesia recupera el templo y se le entrega a los Dominicos en retribución a su convento demolido, sede de la antigua universidad. Dicha orden encomienda como vicario parroquial a Reginaldo Sánchez quien se convierte en el segundo mentor de la iglesia con la misma dedicación de la Señora Carmen. Luego de la reapertura, hacia 1912, una descarga eléctrica produce daños en muros y bóvedas de la iglesia y desde entonces se le conoce como «El Derrumbe».
La construcción se reinicia en 1924 con algunas transformaciones y ampliaciones. El nuevo proyecto para la vieja iglesia seguía prometiendo dimensiones excepcionales para su entorno. La planta es una complicada filigrana de bóvedas de crucerías y efectos goticistas, que describe los espacios tradicionales. El proyecto de Fray Reginaldo, que aumenta en diez metros las torres, de ocho campanas cada una y un reloj encima del gran rosetón, mantenía las expectativas de convertirse en una de las iglesias más ostentosas de La Habana.

El proyecto empezó a marchar lentamente porque Reginaldo esperaba realizarlo con la limosna del poblado y con mano de obra de la feligresía. Agobiado por los pleitos, reclamaciones y trámites burocráticos para conservar la magnificencia de la iglesia y del parque, se aisló y continuó su obra con los modestos recursos que pudo conseguir desde su retiro.
Otra vez la muerte interviene, firmando su propio proyecto misterioso. Fray Reginaldo muere en 1952 y se detienen las obras, en tal grado que mucho tiempo después se podían encontrar escombros acumulados en las faenas de su tiempo. Su imagen es aún muy fuerte en la memoria popular. Los vecinos colocaron en el parque su busto en piedra de frente a la iglesia que tanto le obsesionaba.
El cura que le sucedió no estaba interesado en continuar la hazaña constructiva y accedió a caminos más prácticos. Convino con el plan de obras públicas de Batista una parte del terreno, para la construcción de un centro médico y una escuela, a cambio de la culminación de la iglesia.

Las autoridades de planificación pública imponen la demolición de la antigua iglesia para la construcción de una moderna con estructuras de hormigón armado. A pesar de las protestas, tanto en el medio eclesiástico como en el Colegio de Arquitectos, inspiradas especialmente por vínculos emocionales, la idea del ‘derrumbe» triunfó. Se construyeron el policlínico y la escuela, donde hoy radica la capilla alternativa, construida en 1958. La demolición y la futura edificación se troncharon con el triunfo del 59 y se salva el legendario templo que ahora se utiliza para la catequesis, retiros y otras actividades de la comunidad. Esta larga aventura deja lugar en las imaginaciones más inquietas a la posibilidad, también ostentosa y apasionada, de una exposición de arte contemporáneo, espacio de nuevos altares y ficciones de dudosa sacralidad.

Liset Castellanos Llanes

Documentación: Cristian Schauderna y José Eduardo Yaque